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Mostrando las entradas de septiembre, 2014

La mujer en tus sueños. Epílogo

Alexa toma tranquilamente el vuelo a Frankfurt satisfecha de haber cumplido su trabajo. Si supiera los hechos que ocurren en ese mismo momento, su satisfacción trocaría en horror. La camioneta se detiene en un lugar solitario tras caer en un hueco de la carretera de tierra. Ha estado lloviendo y el lodo ha ensuciado el automóvil. Andrei se da  cuenta y patea el suelo con ira, entonces recuerda que debe aprender a controlarse,  asi que inhala y exhala fuertemente. - Bajenlo. Dos hombres fornidos bajan a un tercero y con violencia lo arrojan al suelo; la acción ha  ensuciado los zapatos de Andrei y este no tiene más remedio que inhalar y exhalar de nuevo. - Calmate. Parece que tuvieras asma. La risa general mejora el humor de Andrei que se calma por un momento. - ¡Quitenle la capucha y arrodillenlo! Un hombre gordo de unos sesenta años yace incómodo sobre sus rodillas, no puede evitar moverse, angustiado, tiembla como una gelatina. - Ivanovich - Dice Andrei que lo mira co

La mujer en tus sueños VII

Alexa se despierta satisfecha: ha averiguado el paradero del físico y acabado con la angustia de unos padres que no sabían qué había sido de su hija. Ahora es cuestión de ir al parque y terminar el trabajo. El pálido cielo azul contrasta con el color rojizo de los árboles caducos y con el verde de los perennes. La calzada tapizada con las hojas caídas le recuerda a Alexa lo que su padre decía: el camino se mueve mucho más que el caminante, pero no se recorre solo.  Le costó encontrar el kiosko: el parque es grande, ella no habla el idioma e iba distraída. Cuando lo encontró, le gustó : una pequeña cabina de madera pintada de verde y unos bancos pintados de negro hacen juego a una gran cantidad de flores: rosas, tulipanes, jazmines,  lirios de agua y claveles perfuman el lugar donde los ancianos leen en los bancos  y  los jóvenes se juran amor eterno. - Buenas tardes. Quiero una rosa negra etíope de tres petálos. - Alexa lee el papel con la frase en ruso lo mejor que puede. El hom

La mujer en tus sueños VI

- Tiene otro nombre... Alexei Dmvok... Lo sé ya que es mi trabajo saber. ¡soy comisario de comisarios! "Dale con lo de comisario de comisarios. Es Pavloviano" piensa Alexa que ya ha averiguado lo que le ordenaron. - ¿Dónde me enterraste? - No sé de que hablas... - ¡Claro que lo sabes! - Irina se levanta y da una vuelta alrededor de Ivanovich quien se ha orinado del miedo.  Ella le pone una mano en el hombro a Ivanovich y se sienta de nuevo. El la ve sin la lozanía de sus veintitantos años, con la piel azulada y demacrada:  parece un pescado que ya no está fresco. Ivanovich mira a su hombro de reojo y se da cuenta de que ella ha dejado su mano. El grita angustiado. - En un bosquecillo al Oeste del monasterio Nikolo-Perevinsky. La tumba está marcada con una laja de piedra verde. Ivanovich despierta en su cama mojada. Se levanta, toma el Teléfono, llama a los padres de Irina, les dice dónde está su tumba y tal como Alexa le ha ordenado, olvida que lo ha hecho y due

La mujer en tus sueños V

- No merezco está humillación. - Solloza Ivanovich y Alexa se indigna ¡Tengo un historial de lucha envidiable! - ¿Humillación?  ¿Recuerdas al dependiente del hotel al que tú humillabas? ¿Lo recuerdas? Ivanovich mira al suelo. - Si. Lo recuerdo. - ¿Dónde está ahora? - Vendiendo flores en Nagatinskaya Poyma. - ¿Un físico vendiendo flores en un parque? - ¡No se perdio mucho ...! -Dice de manera despectiva Ivanovich a quien otro cubo de agua devuelve a dónde debe estar. - Se las arregló para tener un pequeño kiosko donde vende flores.

La mujer en tus sueños IV

Alexa siente como la angustia corroe la mente del soñador. - ¿Qué has dicho? - Dice la mujer que se ha levantado de la silla airada. - Repítelo. - Nada... ¡No he dicho nada! - ¡Claro que lo has dicho! - Ella se sienta de nuevo. ¡y dirás más! - ¡No tengo nada que decir! ¡soy el comisario de comisarios! ¡mierda! Una cubeta de agua en la cara  lo devuelve a donde quiere Alexa que este. - Creo que no entiendes. - Le dice Irina. ¡Tú ya no eres nadie! ¡Eres menos que ceniza del cigarro! El solloza sin hacer mucho ruido y le replica a Irina. - ¡Tú me quieres! ¡Hemos hecho muchas cosas juntos! Alexa recuerda que la babosa y la pobre de Irina chantajeaban diplomáticos occidentales por lo que decide dejarlo hablar. - ¿Recuerdas al adjunto Andrews? - Dice la babosa ¡claro que lo recuerdas! ¡Tú pequeña...! Otro cubo de agua interrumpe el exabrupto emocional del comisario de comisarios. - ¡No tienes idea de cuántos cubos de agua tengo en esta celda! - Le dice friamente. ¡Vas

La mujer en tus sueños III

La oruga mira  los ojos vidriosos de Irina y descubre que lo disfruta. El placer de tener el control de otro ser humano le excita de manera obscena; a Alexa le repugna, "no la matarás de nuevo en este sueño" escucha el animal ahora que ella tiene el control. - Camara... Camarada Ivanovic...con...contrólese. - Siente un golpe en la sien y trastabilla, se da cuenta de que tiene al presidente de la duma por el cuello. Mira sus manos y se pregunta ¿Qué hago desnudo en la Duma? no tiene mucho tiempo de cavilar, ya que  un grupo de guardias lo tira al suelo y lo deja inconsciente. Le duele la cabeza, se siente mareado y tiene un nudo en el estomago. Abre los ojos y le duelen: uno de ellos esta hinchado y el otro apenas abre. Algo entra en sus fosas nasales: es agua que le han echado en la cara. - Aquí tenemos a la babosa que quiso matar al presidente de la Duma. Ivanovich escucha una voz femenina y las carcajadas de varios hombres. Se esfuerza en abrir los ojos y milagrosa

La mujer en tus sueños II

- Dejame verte en todo tu esplendor. Ella se coloca a un lado de la cama con las sábanas aún pegadas a su cuerpo. Con un gesto de fastidio y mucha resignación  las deja caer. - ¡Bella sin duda! - Le dice la oruga que enciende un cigarrillo traído del Oeste. Le dice que le muestre los colores de la Rusia sin tanto rojo,  la musa se acerca y en su vientre se aprecia una bandera de la Rusia Imperial. - ¡Tanto rojo me fastidia! - Le dice mientras exhala el humo de su cigarro en el vientre perfecto de Irina. Alexa sabe que debe intervenir. Alexa se concentra para controlar la corriente del sueño pero es muy fuerte.  La corriente sigue su curso y la oruga se convierte en un monstruo acorazado y violento que golpea a Irina. - ¡Estúpido! ¡sin mí no eres nada ! - Le dice con convicción,  harta de los abusos de la bestia; cansada de su nauseabunda existencia saca una pistola. La oruga  salta sobre ella y atenaza su cuello con ambas manos. La pistola se traba y resbala de las manos

La mujer en tus sueños I

El mostrador del hotel era una simple tabla laqueada color naranja.  Una pequeña rebeldía cromática en contra de las rayas verticales rojas, los uniformes rojos, los zapatos rojos, las banderas rojas y hasta el color del cabello del dependiente que con muy pocas ganas atiende a Irina. El la ve con interés primero, algo de morbo después, pero las pocas ganas de trabajar y el miedo hacen que su ánimo desaparezca de nuevo. "Si fuera un hombre valiente" piensa el dependiente cuando la ve caminando por el pasillo de  color marrón; paredes blancas con rayas verticales rojas y arañas de los años veinte en el techo. Ella desaparece triste y melancolica en el ascensor.  El dependiente no tiene tiempo de especular más: ha llegado el comisario de comisarios. Alexa permanece en el flujo del sueño del señor Ivanovich sorprendida de los detalles de este: sin duda es un hombre con mucha imaginación y buena memoria. Incluso él se atreve a regodearse en los detalles de la humillación qu

Cambiando Zapatos XV

En este momento es mía. Tanto como mi pie y al igual que mi brazo; mi corazón ó mis pulmones, haría con ella lo que fuera. Como otro delicioso yo femenino entre mis brazos. Hice que se agitara, se moviera y respirara fuego; se blanquearan sus ojos, se calentara su cuerpo e hirviera su sangre como si del guiso de una liebre se tratase. Yo también era suyo; y en el juego de voluntades y placeres los dos nos encumbramos, sucumbimos y arrastrámos hasta sitios que nunca antes hemos visto, y que no volveremos a ver. Asi  sucumbimos los dos en el extásis y  olvidamos  nuestras miserias por un brillante y fugaz momento. Al despertar no la encontré a mi lado. La casa estaba increíblemente iluminada por la luz del sol que se filtra por varias ventanas; además de una increible cantidad de velas y velones que, supe después, siempre están encendidas. La llamé sin respuesta alguna. Me encontré desnudo frente a un monje en meditación y a una  anciana devota que hace la limpieza. Ella rie con g

Cambiando Zapatos XIV

- Parece que respirara el aire de este tiempo y devolviera el vapor de otros tiempos. Amablemente caliente, rozagante, suave y duro a la vez, sera mío. - Me dice Iyoconda y me deja al borde de la locura. Ella me agarra del cuello, apoya su pie en mi muslo, gira con habilidad como si montara un árbol y me abraza con fuerza; siento su aliento junto a mi rostro. Sin perder mi tiempo muevo mi cadera y ya somos uno. Respiramos desordenadamente primero, desordenados y acompasados después y acompasadamente por último. Como pude,  me arrodillé con ella en mis brazos y aún siendo una misma persona los dos. Respiraba a través de su boca y ella a través de la mía; por un momento confundí los latidos de su corazón con los míos. La sostuve por las caderas y la coloqué sobre sus espaldas. Sentí su entrega y su feminidad bajo mi cuerpo, entregada, más no inerte, se movía como los vientos en las laderas; como el riachuelo que baja por la ventana, como una bandada de cuervos. 

Cambiando Zapatos XIII

La imagen de esta beldad me ha agudizado el ingenio: cargo el incensario por  el eslabón de la cadena usando un dedo; echó para atrás mis hombros y  me quito la chaqueta, paso el incensario a mi otra mano y hago lo mismo, termino desnudo en la sombra. Ella apaga la lámpara y se hacen las tienieblas. Avanzo a tientas en la habitación, sigo sin ver nada y la oscuridad es tan intensa que parece una cortina negra  en torno de mí. Siento un golpe en mi talón, caigo en el suelo de madera y ella se sienta en mi estomago; solo veo su rostro y el brillo verdoso de su bata flotando alrededor de ella. Ella acerca su rostro al mio y besa mi boca, mis ojos y mis orejas; yo la sostengo por sus caderas la acaricio con suavidad, ella me besa. Mi lingam exuda calor al aire y late al unísono con mi corazón. Me muevo y ella lo evade, de la nada salta y desaparece de mi vista de nuevo; trato de levantarme pero ella pone un pie en mi pecho y usando el peso de su cuerpo me deja tendido de espaldas. La

Cambiando Zapatos XII

- ¿No sabes a donde ir? - Iyoconda  rie hasta las lágrimas. Bajame y te diré. La dejo en el suelo y ella me toma de la mano. Corremos por las callejuelas atestadas de gente, entre el olor a incienso y los fuegos artificiales. Corremos para acercarnos; para perdernos y luego encontrarnos; corremos para hallar el sitio secreto, libre ojos indiscretos. Llegamos a una pequeña choza de madera, al lado de un estanque y bajo un árbol enorme. Ella asciende por las escaleras lentamente, de espaldas a la puerta y mirándome ardiente. La sigo saboreando el momento, con calma y en paz dejo que los sentidos del alma recuerden. - Hemos llegado. - Me dice Iyoconda quien se apoya de espaldas a la enorme puerta de madera de la choza. No puedo dejar de pensar que este  este pudiera ser uno de sus juegos. Como siempre, ella lee mi mente y niega que este jugando... La puerta se abre con un chirrido. Entramos en una sala oscura y cierro la puerta. La oscuridad es tal que no veo mis manos enfrente de

Cambiando Zapatos XI

La historia es muy simple: los amantes jóvenes no pueden casarse debido a que son de clanes rivales, sin embargo, ya han consumado su relación y van a tener un hijo. Al enterarse el padre de la muchacha mata al joven. Iyoconda personifica a la muerte, tan inexorable como poco esperada, fría y sin corazón debe matar al joven para cumplir con su destino, muy a pesar de los llantos y gritos de la audiencia que insiste en salvar al joven. Aún así, con un final tan triste, la gente aprueba la actuación. - ¿Viste? - Iyoconda  me da un empujoncito contenta. - ¡Estas sudada! - ¡Es la pasión del baile! - Dice con la mirada de una gata cazando un ratón. - ¡Esta fiesta es increible!¡Deben querer mucho a Vinamayama! - No es solo por ella. Recuerda que es el solsticio de verano. - ¿Dónde esta ella? - ¿Acaso la quieres raptar, Occidental? - Iyoconda, ya me tiene harto ese trato, no me lo merezco. - Le digo con convicción y rudeza. - ¡sabes bien que solo te secuestraría a tí, diosa

Cambiando Zapatos X

- Es mejor que la Everest Premium. - Iyoconda toma de un solo trago la cerveza. - Si. Tiene más cuerpo. - Digo y la palabra cuerpo me hace mirarla con otros ojos. - Ya quisieras tenerme. - Me toma de la mano y me lleva corriendo a la plaza. - Mira bien. Sube a la tarima justo a tiempo para bailar la otra pieza: amantes bajo los duraznos. Las bailarinas se colocan una al lado de la otra, colocan su pie izquierdo hacia adelante y el derecho en ángulo, ponen su brazo izquierdo en la cadera y el derecho en la sien. Empieza a tocar la música:  un pequeño y monótono tambor marca el ritmo y ellas mueven la cabeza. En un momento, un torrente de música de distintos instrumentos desconocidos para mi, ponen en movimiento a las bailarinas. Prmero las caderas y luego en zancadas largas hacen un círculo alrededor de un muchacho ricamente vestido. El muchacho parece triste: tiene la cabeza hacia abajo y se mueve despacio. Una mujer joven sale del fondo del escenario y se lo lleva. Se sie

Cambiando Zapatos IX

  Desde la cima de la colina se ve el pueblo adornado con guirnaldas, iluminado con lámparas de papel y oloroso a incienso. Fuegos artificiales rasgan el cielo y llenan el valle con su estruendo. -¡Qué bello! - Ella voltea y baja el camino empinado de la colina entre risas. Yo la sigo y me siento como un muchacho. La villa está en la calle celebrando. Hay Jabalí asado con verduras en cada esquina. Caramelos artesanales se reparten entre los vecinos. Músicos y bailarinas en la plaza principal. - Mira, Occidental. - Iyoconda  señala una pequeña plaza. Unos muchachos tocan música electrónica. - ¿De dónde sacan esas cosas? - Algunos Occidentales nos las regalan y nosotros nos las arreglamos para copiarlas. Una mujer robusta nos da unos vasos de madera con cerveza. - ¡Hasta el fondo Iyoconda! - ¡Hasta el fondo, Occidentalito!

Cambiando Zapatos VIII

- ¿Qué será de la vida de Virahima? -Virahimayana. Ella será vigilada por los ancianos del pueblo, luego aprenderá tejido y a ser partera. Tal vez llegué a acostarse con los montañistas extranjeros por placer: No habrá quién se case con ella en está montaña. - Al menos tendrá una vida amorosa entretenida. - Le digo esperando no volver a enfurecerla. - ¡Occidental puerco! - Sostiene mi rostro con delicadeza y junta sus labios con los mios mordiéndolos suavemente; recorre cada comisura de ellos con gracia y arte..claro, todo eso mientras me dobla el dedo meñique para que yo no trate de hacer nada más. - ¿Te gustó? - No. La verdad no. Caminamos de vuelta al pueblo ya que es tarde. - Vamos por ese camino. Es más rápido. - Iyoconda señala un sendero tan angosto que solo podemos ir en fila india. Todavía tengo el sabor de su boca en la mía. Ella se resbala en el camino y yo la sostengo. La abrazo con fuerza, mi corazón late fuertemente y siento que el de ella también. La acer

Cambiando Zapatos VII

- Hace unos meses, unos muchachos encontraron a un hombre sobre un árbol que estaba en el camino del barranco. Lo bajaron, trataron sus heridas y lo llevaron al pueblo. Allí  lo atendieron y con el paso del tiempo fue mejorando. - ¿Quién era ese hombre? - Es un gángster de la corte de los rojos. Lo habían traído para ajusticiarlo en la montaña y que los animales se lo comieran, pero tuvo suerte, logro escapar y de alguna manera cayó en el arbusto salvando su apestosa vida. - ¿Como saben eso? - Encontramos dos cuerpos en un terraplen que da al norte de la montaña. - Yyoconda me señala el sitio. Luego, al hacer las averiguaciones pudimos obtener la información: siempre hay alguien que habla. - Más si los amenazan con cortarlos y quemarlos vivos. - Le digo risueño. - Y volverlos a cortar y quemar vivos hasta que hablen. Debes entender que somos gente pacífica, pero brutal a la hora de defender lo nuestro; de lo contrario seríamos menos que esclavos. -Me responde airada. -No

Cambiando Zapatos VI

- Salgamos a caminar. - Iyoconda me toma del brazo. Caminamos por el pueblo siendo escoltados por los niños traviesos, los ancianos que sonrien con sus bocas sin dientes y los jóvenes que nos abrazan. Me fijo en sus trajes coloridos y en sus abrigos de piel; sus zapatos de cuero ó madera; los  juguetes infantiles de madera y tela; todo es algarabía y encanto: se preparan para una fiesta. Iyoconda, parece una Sofia Loren de los Himalayas: su padre fue un  alpinista Italiano y su madre una curandera local. El padre coronó una de las cimas del país y luego de coronar a su madre, retornó a la Campania, no sin antes dejar claro que su hija se llamaría Gioconda, nombre que su mujer entendio como Iyoconda, que suena parecido a "rama de árbol dulce".  Regresó viejo, enfermo, y abandonado para morir entre la gente de su clan, así conocio a su hija, a la que enseñara idiomas, alpinismo y a conducir en el monstruo que armara con ayuda de los jóvenes locales. Su madre era herborist

Cambiando Zapatos V

-Todos tus familiares son lejanos. - Ella es de mi clan. Solo la devolvemos a dónde pertenece. - No habra nada de dinero en esto. -Digo con resignación. - Tal vez un pedazo de Jabalí asado. EL monstruo pasa por un riachuelo. El agua sube y  cae en una delicada cortina de rocío  y despierta a nuestra pasajera. Voy atrás con ella y la sostengo con fuerza. Abre los ojos trabajosamente, aspira con fuerza y despierta. - Calma. Estas entre amigos. - Ella me abraza como un cachorrito apaleado. - Ya era hora de que despertaras. - Dice Yyoconda. - Hemos llegado al pueblo. El camino sinuoso de las laderas de las montañas kuo-son se abre ante nuestros ojos. Siento el frio de la neblina que desciende entre las rocas y el graznido de los cuervos sobre nuestras cabezas. Sostengo a nuestra pasajera con fuerza para que no se mueva bruscamente; reconozco que  Iyoconda es una insigne conductora: hemos llegado a la entrada del Valle sanos y salvos. -  Esta gente no es de tu clan. - No t

Cambiando Zapatos IV

El monstruo desciende por las calles del pueblo. Volteo para ver si nos siguen y no veo a nadie. Cubro a la muchacha con una manta y me siento sin hablar. Unos kilómetros después de salir del pueblo, Iyoconda empieza a silbar la balada de la cuchilla de plata. - ¿Qué tienes? -¡Nada! - ¿Nada? ¿silbando la balada de la cuchilla de plata? - ¿Yo? ¡Es que tu eres una compañía muy aburrida! ¡Prefiero un dolo de muelas! - Dice y suelta una carcajada. - ¿Qué le diste a esta muchacha? ¡todavía está dormida! - Le digo y reviso su pulso. - ¡Yo no le dí nada!¡Fueron ellos! - ¿Es tu familiar? - Le pregundo cuando veo el tatuaje tribal de su cuello. - Lejano.

Cambiando Zapatos III

Salgo de mi estupor y enseguida oigo ladridos, corro alrededor del muro buscando la forma de entrar y me paralizo al ver a un mastín que ha salido de la puerta de servicio. El enorme perro no se digna a ladrar, eriza su corona de pelos rojos alrededor de su cabeza y lentamente se dirige a mí. Arrojo el ajo púrpura al suelo y lo piso desesperado, el pobre perro gime y cae al suelo. Entro al patio y cruzo un puente de madera, Iyoconda me llama desde un balcón y me aproximo, ella entra en una habitación y sale con un fardo que tira hacia mí, logro agarrarlo.Ella se descuelga y corre hacia la salida. Siento el fardo tibio y suave. Lo abro y veo a una muchacha como de quince años. - Tienes cinco minutos antes que despierten. Coloco a la muchacha en el hombro y sigo a Iyoconda que se pierde en una callejuela. Un Jeep nos espera, pongo a la muchacha en la parte trasera y me coloco de copiloto. - ¿Un Frankenstein? - Le digo a  Iyoconda quien no puede encender el auto. Ella insiste

Cambiando Zapatos II

Salimos del tugurio  y caminamos por la calle de los caballos casi sin mirarnos. - ¿Enojado conmigo, Occidental? - Me dice mientras se agarra a mis brazos mientras caminamos. Ofuscado no le respondo, pienso que un hombre no debería estar en esta situación y me rio con ganas. - Hacemos el trabajo y nos despedimos. - Hace una pausa corta - ¡para siempre! - ¿Qué hay que hacer? - Entramos en una casa y nos llevamos un objeto. - ¡Yo no soy un ladrón! - Robaré yo. Tú me cuidarás, asi mantendrás tu pureza. - Me lo dice con un tono entre sarcástico y divertido. Lo cierto es que no tengo dinero y no hay nada mejor que hacer. - ¿Dónde será el trabajo? - ¡Aquí! - Agarra la solapa de mi chaqueta, coloca su pie derecho en mi cadera y se impulsa para sostenerse del alero de madera del muro de una casa. - Pero...

Cambiando Zapatos I

Nunca me ha gustado esperar; me impacienta no hacer nada mientras alguien  viene o algún suceso toma lugar.  - Una Everest Premium, por favor . - Vuelvo a pedir. Por fin me traen la preciada cerveza. Me sirvo un vaso y lo bebo de una vez, el sabor amargo de la bebida me parece igual a la amargura de la espera, y eso me arranca una sonrisa. La vista de la montaña es imponente. Las nubes rara vez tapan sus cimas, y de sus entrañas bajan los más impetuosos ríos. A las tres de la tarde de todos los solsticios, se ve un cinturón dorado por más o menos tres minutos, esa banda es un rio lleno de oro que la circunda y que nadie ha podido encontrar. Ya empieza. Todos los truhanes, monjes, ladrones, mentirosos y puntales de la bondad de la humanidad nos levantamos y guardamos silencio. Cuando pasa el fenomeno, unos se abrazan, otros cantan ó gritan y los que tienen vasos en las manos apuran su trago y estruendosamente lo ponen en la mesa. Eso si, todos con lagrimas en los ojos, abismado

Buscando Tarpanes III

No entiendo como es que esos dos tontos están allí tirados sin hacer nada ¡solo el potrillo de Tarpán nos podría generar diez mil dólares! Voy de un lado a otro viendo como salir de esta terraza, afortunadamente encuentro otra escalera hecha en piedra que se interna en la gruta. Bajo por allí y en un momento llego a donde están los Tarpanes. Cuento cuatro hembras ya adultas y dos potrillos. No veo el semental de esta pequeña manada. ¡Dios! ¿Qué ha sido eso? el padre de los potrillos se ha abalanzado contra mí y de no haber sido por mis reflejos, me hubiera roto la cadera. La manada corre entre Pachmuck y Chesik que siguen dormidos. Yo solo los veo alejarse sin hacer nada. Pasan la colina y después de un momento el semental se devuelve al trote, como el más manso de los ponys agita su cabeza y su crin marron clara  se revuelve de un lado a otro. Pasa  entre Pachmuck y Chesik y se acerca amistosamente. -  ¿Estás arrepentido de lo que hiciste? ¡Si no ha pasado nada!  - El tarpán rel

Buscando Tarpanes II

Dejo a mis dos compañeros acostados en la grama. Pateo unas piedras como forma de desahogar mi rabia por no encontrar el Tarpán; ya me parecía que era mentira que esos caballos existieran aún ¡se extinguieron hace cien años!  mi único consuelo es saber que Chesik y Pachmuck olieron excremento por nada y eso me da risa. La risa se devuelve como un eco siniestro y descontrolado. Da la impresión de que golpeara mi craneo desde afuera y desde adentro. Una bandada de cuervos grazna encima de mi cabeza, algunos vienen contra mí arrancandome el cabello, por lo que me cubro y corro. En la loca carrera caigo por una ladera. LLego al fondo y me levanto. Los cuervos  han dejado de atacarme y eventualmente se van. El ruido en mi cabeza ha cesado dejando espacio a un silencio que me desorienta. Luego de varios intentos de tratar de subir por la ladera me percato de que es imposible:  es muy resbalosa y traicionera. Hay una pared de roca enfrente totalmente vertical por lo que nisiquiera pienso

Buscando Tarpanes I

El suelo áspero bajo mis pies se parece mucho al habla de Pachmuck. Su habla entre gutural y nasal, a veces parece el gruñido de un oso y otras el siseo de una serpiente. En ocasiones, de su boca sale un sonido filoso que me recuerda alguna piedra de bordes alargados, que escondida en el polvo del suelo, lastima mis pies. Otras veces, el siseo de lo que dice es tan bajo que no lo escucho; por lo que he estado a punto de caer por la ladera ó he tenido la desagradable experiencia de ser despertado a patadas. Chesik que balbucea su idioma lo suficiente para entenderse con el, me dice que es una lengua muerta. Solo la hablan tres personas, Pachmuck, su esposa y su suegra, sus hijos han aprendido Urdu, algo de ruso y se han ido a vivir lejos; asi que es seguro que con estos tres, ese idioma se pierda para siempre; cosa que en lo personal no lamentaría. Las habilidades de Pachmuck para rastrear son impresionantes. Aún en este suelo lleno de rocas, sin ningún lugar suave donde dejar una h