Cambiando Zapatos XII

- ¿No sabes a donde ir? - Iyoconda  rie hasta las lágrimas. Bajame y te diré.

La dejo en el suelo y ella me toma de la mano. Corremos por las callejuelas atestadas de gente, entre el olor a incienso y los fuegos artificiales. Corremos para acercarnos; para perdernos y luego encontrarnos; corremos para hallar el sitio secreto, libre ojos indiscretos.

Llegamos a una pequeña choza de madera, al lado de un estanque y bajo un árbol enorme. Ella asciende por las escaleras lentamente, de espaldas a la puerta y mirándome ardiente. La sigo saboreando el momento, con calma y en paz dejo que los sentidos del alma recuerden.

- Hemos llegado. - Me dice Iyoconda quien se apoya de espaldas a la enorme puerta de madera de la choza. No puedo dejar de pensar que este  este pudiera ser uno de sus juegos. Como siempre, ella lee mi mente y niega que este jugando...

La puerta se abre con un chirrido. Entramos en una sala oscura y cierro la puerta. La oscuridad es tal que no veo mis manos enfrente de mi rostro; ella ha desaparecido como una muñeca en un teatro de sombras. Veo que regresa con la luz de una vela en su mano derecha y un incesario en la izquierda. Vestida solo con una bata verde transparente da la impresión de flotar en la habitación ya que no puedo ver sus pies.

- ¿Qué haces vestido aún, Occidental? - Me da el incienso en la mano derecha;  voy a ponerlo en el suelo para sacarme la ropa, pero ella insiste en que lo haga con el incensario en la mano.  Es fácil quitarse los zapatos y los pantalones, el problema es la chaqueta: no puedo dejar de cargar el incensario...

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