Cambiando Zapatos VI

- Salgamos a caminar. - Iyoconda me toma del brazo.

Caminamos por el pueblo siendo escoltados por los niños traviesos, los ancianos que sonrien con sus bocas sin dientes y los jóvenes que nos abrazan. Me fijo en sus trajes coloridos y en sus abrigos de piel; sus zapatos de cuero ó madera; los  juguetes infantiles de madera y tela; todo es algarabía y encanto: se preparan para una fiesta.

Iyoconda, parece una Sofia Loren de los Himalayas: su padre fue un  alpinista Italiano y su madre una curandera local. El padre coronó una de las cimas del país y luego de coronar a su madre, retornó a la Campania, no sin antes dejar claro que su hija se llamaría Gioconda, nombre que su mujer entendio como Iyoconda, que suena parecido a "rama de árbol dulce".  Regresó viejo, enfermo, y abandonado para morir entre la gente de su clan, así conocio a su hija, a la que enseñara idiomas, alpinismo y a conducir en el monstruo que armara con ayuda de los jóvenes locales.

Su madre era herborista, descendiente de  herboristas ya en el tiempo en que  la "montaña era joven" . Murió asesinada en un confuso accidente antes de que el padre de Yyoconda regresara. Entre los dos, le dejaron su figura exótica y misteriosa; sus senos turgentes, y sus ojos grandes y bellos en uno pómulos Orientales.

Salimos del pueblo ya con el sol ocultándose, curiosamente, me da la impresión de que esta vez ella me va a decir la verdad, o al menos, parte de ella.


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