Buscando Tarpanes II
Dejo a mis dos compañeros acostados en la grama. Pateo unas piedras como forma de desahogar mi rabia por no encontrar el Tarpán; ya me parecía que era mentira que esos caballos existieran aún ¡se extinguieron hace cien años! mi único consuelo es saber que Chesik y Pachmuck olieron excremento por nada y eso me da risa.
La risa se devuelve como un eco siniestro y descontrolado. Da la impresión de que golpeara mi craneo desde afuera y desde adentro. Una bandada de cuervos grazna encima de mi cabeza, algunos vienen contra mí arrancandome el cabello, por lo que me cubro y corro.
En la loca carrera caigo por una ladera. LLego al fondo y me levanto. Los cuervos han dejado de atacarme y eventualmente se van. El ruido en mi cabeza ha cesado dejando espacio a un silencio que me desorienta. Luego de varios intentos de tratar de subir por la ladera me percato de que es imposible: es muy resbalosa y traicionera. Hay una pared de roca enfrente totalmente vertical por lo que nisiquiera pienso en subir por allí; solo me queda caminar con la esperanza de encontrar un camino de regreso.
El incomodo camino hace mi marcha más lenta. Más adelante logro ver el precipicio en que termina la gruta que hace unas horas visité; preso de una esperanza sin fundamento, al ver ese paisaje más conocido, apresuro el paso tan solo para tropezar y caer sobre un montón de esqueletos humanos; al levantarme toco una calavera semienterrada en la tierra.
Algunos esqueletos tienen la ropa en jirones y otros son solo la presencia blanquecina y cálcarea de la muerte descarnada, implacable y misteriosa. No hay manera respetuosa de caminar entre ellos de lo abundantes que son. Me estremezco al pensar que yo podría ser uno de ellos pero me controlo y sigo caminando como puedo. Distingo algo más adelante, contra la pared rocosa: una escalera tallada en piedra. Subo por los escalones y en menos tiempo de lo que pensaba llego a un techo aledaño a las dos rocas que enmarcan la entrada de la gruta. Allí puedo ver a mis dos compañeros que no están solos en la hierba: ¡ hay una manada de Tarpanes entre ellos!
La risa se devuelve como un eco siniestro y descontrolado. Da la impresión de que golpeara mi craneo desde afuera y desde adentro. Una bandada de cuervos grazna encima de mi cabeza, algunos vienen contra mí arrancandome el cabello, por lo que me cubro y corro.
En la loca carrera caigo por una ladera. LLego al fondo y me levanto. Los cuervos han dejado de atacarme y eventualmente se van. El ruido en mi cabeza ha cesado dejando espacio a un silencio que me desorienta. Luego de varios intentos de tratar de subir por la ladera me percato de que es imposible: es muy resbalosa y traicionera. Hay una pared de roca enfrente totalmente vertical por lo que nisiquiera pienso en subir por allí; solo me queda caminar con la esperanza de encontrar un camino de regreso.
El incomodo camino hace mi marcha más lenta. Más adelante logro ver el precipicio en que termina la gruta que hace unas horas visité; preso de una esperanza sin fundamento, al ver ese paisaje más conocido, apresuro el paso tan solo para tropezar y caer sobre un montón de esqueletos humanos; al levantarme toco una calavera semienterrada en la tierra.
Algunos esqueletos tienen la ropa en jirones y otros son solo la presencia blanquecina y cálcarea de la muerte descarnada, implacable y misteriosa. No hay manera respetuosa de caminar entre ellos de lo abundantes que son. Me estremezco al pensar que yo podría ser uno de ellos pero me controlo y sigo caminando como puedo. Distingo algo más adelante, contra la pared rocosa: una escalera tallada en piedra. Subo por los escalones y en menos tiempo de lo que pensaba llego a un techo aledaño a las dos rocas que enmarcan la entrada de la gruta. Allí puedo ver a mis dos compañeros que no están solos en la hierba: ¡ hay una manada de Tarpanes entre ellos!
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