Cambiando Zapatos XV
En este momento es mía. Tanto como mi pie y al igual que mi brazo; mi corazón ó mis pulmones, haría con ella lo que fuera. Como otro delicioso yo femenino entre mis brazos. Hice que se agitara, se moviera y respirara fuego; se blanquearan sus ojos, se calentara su cuerpo e hirviera su sangre como si del guiso de una liebre se tratase.
Yo también era suyo; y en el juego de voluntades y placeres los dos nos encumbramos, sucumbimos y arrastrámos hasta sitios que nunca antes hemos visto, y que no volveremos a ver. Asi sucumbimos los dos en el extásis y olvidamos nuestras miserias por un brillante y fugaz momento.
Al despertar no la encontré a mi lado. La casa estaba increíblemente iluminada por la luz del sol que se filtra por varias ventanas; además de una increible cantidad de velas y velones que, supe después, siempre están encendidas. La llamé sin respuesta alguna.
Me encontré desnudo frente a un monje en meditación y a una anciana devota que hace la limpieza. Ella rie con ganas mostrando su boca sin dientes. Él mueve su cabeza de lado a lado. Busco mi ropa y la encuentro toda a excepción de mis zapatos.
La devota me da un papel, lo leo y dice: " Nunca sabrás si lo hiciste conmigo ó con la anciana del templo. Besos " lo reviso y veo que tiene la impresión de un beso de Iyoconda.
Me acerca una pequeña fuente de bronce, me lavo la cara y veo que el agua se tiñe de negro: Iyoconda me ha provocado ceguera parcial usando humo nocturno.
- ¿Dónde están mis zapatos? - Les digo con la mayor de las penas.
El monje se levanta y me muestra un recipiente de arcilla con las cenizas de mis zapatos. La anciana me regala unas botas viejas.
Salgo del templo con la duda en mi cabeza y la certeza en mi corazón: si lo hicimos, Iyoconda.
Tomo el aire fresco y viene a mi imaginacón, la figura de una mujer que sé que ví mientras estuve con ella. ¿Quién será esa mujer?
Yo también era suyo; y en el juego de voluntades y placeres los dos nos encumbramos, sucumbimos y arrastrámos hasta sitios que nunca antes hemos visto, y que no volveremos a ver. Asi sucumbimos los dos en el extásis y olvidamos nuestras miserias por un brillante y fugaz momento.
Al despertar no la encontré a mi lado. La casa estaba increíblemente iluminada por la luz del sol que se filtra por varias ventanas; además de una increible cantidad de velas y velones que, supe después, siempre están encendidas. La llamé sin respuesta alguna.
Me encontré desnudo frente a un monje en meditación y a una anciana devota que hace la limpieza. Ella rie con ganas mostrando su boca sin dientes. Él mueve su cabeza de lado a lado. Busco mi ropa y la encuentro toda a excepción de mis zapatos.
La devota me da un papel, lo leo y dice: " Nunca sabrás si lo hiciste conmigo ó con la anciana del templo. Besos " lo reviso y veo que tiene la impresión de un beso de Iyoconda.
Me acerca una pequeña fuente de bronce, me lavo la cara y veo que el agua se tiñe de negro: Iyoconda me ha provocado ceguera parcial usando humo nocturno.
- ¿Dónde están mis zapatos? - Les digo con la mayor de las penas.
El monje se levanta y me muestra un recipiente de arcilla con las cenizas de mis zapatos. La anciana me regala unas botas viejas.
Salgo del templo con la duda en mi cabeza y la certeza en mi corazón: si lo hicimos, Iyoconda.
Tomo el aire fresco y viene a mi imaginacón, la figura de una mujer que sé que ví mientras estuve con ella. ¿Quién será esa mujer?
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